La fina y delgada línea
Vivimos en una delgada y fina línea que nos separa de la realidad de nuestra existencia. La verdad es que nos levantamos por las mañanas y nos acostamos por la noche sin vislumbrar ningún cambio en nuestras vidas. Y así, pasa nuestra existencia quejándonos de lo monótono de ella, y en el peor de los casos, sacudidos por la realidad de la existencia en forma de sobre salto emocional por algún acontecimiento fuera de lo cotidiano.
Y es ahí donde la experiencia vital se hace más relevante y verdadera. Es decir, nos damos cuenta de nuestra fragilidad, de una vulnerabilidad que escapa totalmente a nuestro control, pero solo en esos casos extremos somos realmente conscientes de ello, y por supuesto lo hacemos con un descontrolado estímulo emocional que nos desborda.
¿Qué pasaría sí nuestra capacidad para observar nuestra propia vida fuera más precisa de la que experimentamos ahora? ¿Cómo experimentarías los cambios en tu vida si fueras capaz de entender que dichos cambios suceden constantemente?
Sin ninguna duda cuando uno es consciente de sus cambios, lo primero que sucede es, a modo general, sentir un poco de desasosiego al ver como en cada segundo de nuestras vidas hay cambios internos y externos y al observar que la mayoría de esos cambios están fuera de nuestro control. Poco a poco vamos aceptando dichos cambios, entendiendo que el fin último de nuestra existencia es común a todos los seres vivos de este planeta y que no somos especiales en este aspecto, pero que, al ser seres únicos, independientes e irrepetibles, podemos transcurrir en esta existencia de una manera más consciente.
Y ahí radica la gran diferencia. El ser conscientes de los cambios, el aceptar dichos cambios, el ir entendiendo esos cambios bruscos que nos presenta nuestras vidas, como la pérdida de un familiar o amigo, los cambios laborales o sociales u otro factor externo que nos demuestran que la vida está en constante cambio.
No se trata de ser laxos hacia la vida y dejarnos ir. Se trata de modificar nuestra actitud ante los acontecimientos que están fuera de nuestro control, de aceptar la vida tal como es, sin pretender luchar contra el cambio que es inevitable, contra la pérdida o contra otras experiencias de la vida que nos produzcan ese desequilibrio emocional.
Un vehículo para alcanzar dicha consciencia es la práctica continuada de la meditación. La observación consciente, pacífica y tranquila de nuestra experiencia, tanto física como mental, nos hacen caer en la cuenta de que los cambios son producidos en nuestra existencia a causa de factores condicionantes, a “causas y condiciones”. Aprender a aceptar los cambios y no luchar contra los fenómenos mentales creados por nosotros mismos, mejoran nuestra calidad de vida haciendo que seamos individuos más pacíficos, amables y tranquilos, no solo con nosotros mismos sino también con los demás.
Creo que la clave de todo esto es hacernos conscientes de nuestro propio sufrir, ya que es parte de nuestra condición humana. No quiere decir que nos pasemos la vida sufriendo o insatisfechos por todo lo que nos sucede, sino que seamos conscientes de que las experiencias entrañan una consecuencia o resultado que muchas veces dependen de condiciones externas que nada tienen que ver con nosotros. Cuando somos conscientes de ese dolor que nos crean otras causas externas o internas, empezamos a ser más amables con nosotros y enfocamos nuestra atención en aquellas cosas que nos hacen sentir más amables y pacíficos. En pocas palabras, entrenamos nuestra mente para dirigirlas allí dónde nosotros queremos y no dónde habitualmente quiere la mente ir, que es llevarnos a situaciones de estrés o pensamientos tóxicos que nos hacen zozobrar emocionalmente.
Con el tiempo también nos hacemos conscientes de que nuestro sufrimiento es igual o similar al sufrimiento de los demás seres que nos rodean, comenzamos a ser más empáticos y más amables con los demás y con el paso del tiempo y la práctica continuada, entendemos que el sufrimiento es algo común en todos los seres vivos de este planeta. Por tanto, una vez más, nos hacemos conscientes de que no somos especiales por ello, que simplemente es nuestra condición humana. Al ser más amables con nosotros y con los demás y entrenando nuestra mente comenzamos a tener una vida más agradable, más pacífica con nosotros y con otros, y nuestra existencia empieza a tener un sentido y un significado.
Esa delgada y fina línea, se hace más ancha y se vive conscientemente en todo momento o en casi toda nuestra existencia.
Sergio Diez
