El Sabio y el Rey
El Sabio y el Rey
Cuenta una vieja leyenda que en unas tierras muy lejanas donde apenas llegan ya los recuerdos, existía un gran reino gobernado por un rey un tanto especial. Este Rey que había sido rey por la herencia de su padre y este del suyo y este del suyo y así tantas generaciones como la memoria tiene recuerdo. Como os contaba, si bien este reino había tenido muchos reyes, no todos eran
grandes monarcas y el Rey Artaloge era un claro ejemplo. Le gustaba jactarse de lo bueno y humilde quera (toda una incongruencia, pensaban sus súbditos), decía ser el más listo y el más poderoso y no se conformaba con querer demostrarlo humillando a sus súbditos en cuanto se prestaba la ocasión, sino que además obligaba a sus lacayos, bufones y cortesanos a que se lo recordaran constantemente una y otra vez.
- ¿Quién es el más poderoso del reino? – decía…
- Usted mi señor¡¡¡¡
Como podéis imaginar no necesitaba de ningú
n espejo mágico para realzar su idolatría por sí mismo. Cuando fue cumpliendo años llegó a sus oídos que en el Reino ha
bía un sabio más listo que él. Incluso se decía que tal sabio podía predecir el futuro. El rey consternado por la noticia preguntaba a sus vasallos una y otra vez quien era el más sabio, el más listo, el más rico. Pero las respuestas cada vez iban más en dirección al sabio.
- ¿Quién es el más rico, el más poderoso, el más sabio de este Reino? - preguntaba un día sí y otra también.
- Sin duda mi señor, usted es el más poderoso del Reino. Incluso me atrevería a decir que el más rico pero está claro que el sabio y adivino de la ciudad es sin duda una persona digna de admiración.
Sus consejeros, cada vez estaban más de acuerdo que ese sabio era una persona especial y el rey comenzó a tenerle envidia. Poco a poco pensó en un audaz plan para desacreditar a ese famoso sabio y pensó:
- ¿Cómo podría desacreditar al
sabio y así zanjar este asunto de una vez por todas? Haré una fiesta donde invitaré a todos los nobles de la ciudad. Los condes y duques del reino visitaran el palacio para una fastuosa cena de gala. Invitaré al sabio y cuando estén todos en el salón de actos le pediré al sabio que se destaque en el centro y le haré esta pregunta:
- ¿Dime que día será el día de tu muerte? Si contesta un día en concreto para no quedar como un mentiroso, ese mismo día lo ejecutare y así será el fin de ese sabio. Pero si no contesta o no se atreve, él mismo quedará delante de todos como un vil mentiroso y también saldré ganado de una vez por todas.
Y así, con este plan comenzaron los preparativos del tan fastuoso festín. Todos en el reino estaban pendientes de tal evento pues sospechaban
que la envidia del rey iba hacer que el sabio corriera peligro.
Y llegó el día. Todos acudieron al palacio y cuando estaban en la sala principal del trono el rey llamo al sabio y le pidió que se pusiera en el centro de la sala a la vista de todos.
- ¿Me han dicho que no solo eres un sabio, sino que además ves el futuro?
- No siempre es así majestad – le respondió.
- ¿Pero podrías contestarme a una pregunta? – dijo con una oscura intención.
- Pregunte lo que estime oportuno, majestad.
- ¿Podrías decirme el día de tu muerte?
El silencio se podía cortar en la enorme sala. Todos sabían que el rey tramaba algo, pero ¿el que? El sabio parecía calmado y con la mirada fija en el rey.
- Majestad, no sé si es conveniente que conteste a semejante pregunta, además no estoy seguro de la respuesta.
- ¿Quieres decir que no sabes o que no quie
res contestar? – el rey ya estaba pensando en su victoria y en como el mismo sabio iba a ser desacreditado.
- Bien majestad, como insiste contestaré a su pregunta. No se bien el día exacto de mi muerte pues eso no es cosa de sabios o de videntes si no del destino, de Dios o del mismo universo, pero lo que si se con total seguridad es que dos días después de mi muerte usted majestad fallecerá también. ¡¡¡¡ Eso es lo que he visto!!!!!
En la sala hubo una exclamación de asom
bro y la cara Del Rey pasó de una sonrisa astuta a una cara de total miedo. El rey se dio cuenta de que su plan se había ido al traste. No sabía bien qué hacer con el sabio. Esa misma noche comenzó a pensar si el sabio había dicho la verdad o se había dado cuenta de su astuto plan y le había dado la vuelta. El caso es que el rey empezó a desconfiar de sí mismo. Pensaba que tal vez al sabio le podría ocurrir algo, así que le pidió que esa noche durmiera en el Palacio para salvaguardar su seguridad, y a la mañana siguiente le preguntaría un asunto muy importante.
A la mañana siguiente el rey fue a ver

al sabio. Apenas había dormido esa noche. Los aposentos del sabio estaban custodiados por dos guardias para tener la seguridad de que al sabio no le ocurriría nada. El rey entró con una cara de preocupación y encontró al sabio tranquilo leyendo 1 de sus libros y le preguntó:
- ¡Buenos días sabio! Quisiera preguntarte por un tema muy importante de mi Reino.
El sabio escuchó atentamente al rey y como hombre de paz y bastante cultivado le dio una respuesta sensata y acorde con su filosofía de vida. Pronto el rey empezó a visitar más a menudo al sabio, preguntándole por cosas de índole personal y también referente a cómo dirigir el Reino. Y así pasaron los días, los meses, los años, y el sabio se había convertido en un consejero del Reino. Tanto fue así que el rey poco a poco fue cambiando su forma de ver El Reino. Y siguió pasando el tiempo y a medida que el sabio se hacía más sabio, el rey se hacía más justo con sus súbditos. Toda su nación era próspera y la justicia se impartía por todo el Reino por igual, ricos y pobres eran gobernados con sabiduría.
Pronto las reuniones del sabio con el rey dejaron de ser puramente profesionales y hubo una gran amistad entre los dos que duró años y años. Una vez el rey estaba absorto en sus pensamientos y llegó a la conclusión de que había conocido al sabio en unas circunstancias muy oscuras. Tenía que contarle la verdad, ya que tanto el sabio como el eran ya ancianos. Al fin y al cabo, después de tantos años se había forjado una buena amistad entre los dos, así que el rey en una de sus charlas le dijo al sabio:
- Querido amigo debo contarte un gran secreto.
- ¡Decidme, majestad!
El día en que nos conocimos, ese mismo día pretendía acabar con tu vida y desacreditar tu honor. Me entristece mucho haber sido ese tipo de persona.
- Ahora que te sinceras majestad, debo decir en primer lugar que ya lo sabía. Cierto es que has tardado mucho tiempo encontrármelo, pero estoy contento y orgulloso de que haya tomado ese camino. Yo debo confesarte también algo. También te mentí ese día. No es verdad que fueras a morir dos días después que yo. Nuestras vidas están enlazadas por nuestra amistad coma por lo que hemos vivido juntos y no por nuestras muertes.
Los dos se unieron en un abrazo y sonrieron aliviados también por el hecho de que habían sido totalmente sinceros el 1 con el otro. Siguieron transcurriendo los días y como todo lo que sucede en el universo lo que está también debe desaparecer, y así sucede con la vida. Un día como otro cualquiera, el rey es informado de que el sabio está enfermo. Se sintió muy triste por encontrar a su amigo en tales circunstancias, pero después de tantos años de formación junto al sabio entendía que la muerte también es parte de la vida. Así que con todo el amor que les unía y su amistad, acompañó a su amigo en ese momento difícil y así se despidieron los dos con una mirada y una sonrisa.
Cuenta la leyenda, no se sabe muy bien si fue casualidad, si el sabio tenía razón, o tal vez el rey no pudo soportar la muerte de su amigo, pero dos días después el rey también descanso.